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SELLO | MARÍA BLANCHARD

MARÍA BLANCHARD

DATOS TÉCNICOS DEL SELLO

Número EDIFIL: 5612

Temática: Personajes

Fecha de puesta en circulación: 14 de octubre de 2022

Procedimiento de impresión: Offset

Soporte: Estucado, engomado, fosforescente

Formato del sello: 28,8 x 40,9 mm (vertical)

Dentado del sello: 13 ¼ (horizontal) y 13 ¾ (vertical)

Efectos en pliego: 25

Valor postal: 1 €

Tirada: 135.000 sellos

Diseño: Isa Muguruza

INFORMACIÓN SOBRE EL MOTIVO DEL SELLO

María Blanchard, la pionera del cubismo y otras vanguardias, nació en Santander en 1881, con una grave deformación en la espalda, una cifoescoliosis que le hizo decir: Cambiaría toda mi vida por un poco de belleza. Sin embargo, ya desde antes de instalarse en París en 1909, con las becas que había ganado por su talento, había dado señales de que todo lo que pasaría por sus manos sería belleza, color y alma sin restricciones, sin límites académicos ni normas impuestas.

En Montparnasse coincidió con artistas como Picasso, Joan Gris, Angelina Beloff o Diego Rivera; con los dos últimos vivió y compartió piso. Entre ellos gozó de reconocimiento y del prestigio que en España se le negaba en aquellos momentos al cubismo y, como era propio de aquellos años, a cualquier mujer artista. De hecho, sus intentos de instalarse de nuevo en España acabaron en fracaso.

Hubo excepciones: Ramón Gómez de la Serna siempre apreció su excepcionalidad originalidad, que le hacia ser libre dentro de un movimiento de vanguardia. La generación del 27 admiraba su valor y su capacidad para ver más allá de las formas y aun así, conservar el mismo espíritu. El periodo de entreguerras pulió su mirada, y los encargos, de los que dependía para sobrevivir, condicionaron algunos de sus temas, a los que aún así transformaba en lo que ella era: una herida abierta a la vida.

El dolor físico y las necesidades económicas la acompañaron en sus últimos años. Uno de sus consuelos, quizás el más inesperado, fue la religión, sus pinturas y ella misma, adoptaron algo de místico, de tránsito hondo, desprovisto de apariencias.

Murió muy joven, en 1932, a los 51 años, de tuberculosis. Durante muchos años, su obra y su figura pasaron inadvertidas, casi olvidadas. Sin pareja, sin descendientes que velaran por su legado, el reconocimiento le ha llegado tarde, pero no admite ya vuelta atrás. No tras ver sus cuadros y adivinar en ellos esa voz, esa mirada única, esa capacidad de salir de su cuerpo, de su momento, de su entorno, hacia lo absoluto.